sábado, 21 de marzo de 2015

MAGA

Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Cuando llega al andén espera hasta que el último pasajero abandone la estación. Una luz mortecina y amarilla, compañera solitaria, delimita las sombras de sus grandes ojos tristes. La tiza ocre acentúa su sonrisa y la palidez de sus mejillas, cabellos color ceniza y betún para el mohín de su barbilla. Adormecido, apenas reconoce el rostro retratado en el anónimo pasadizo del metro, sabe que ella aparecerá con un paraguas roto y que nunca será suya. Llega un vagón. Un acorde de blues siembra espacios vacíos. 

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