Es como sale mejor, con la mirada al frente, fija
en un punto cercano al infinito por encima del objetivo; la mano izquierda
sobre el puño dorado de la espada y la derecha abierta sobre el plexo
acariciando la roja cruz de malta.
Un instante eterno: abre el diafragma, dispara.
Después viene la sesión de cuadro-shop: quitar el reflejo en los quevedos, retocar
un bucle, pegar un último brochazo al óleo, y dejarlo secar.
Al fin cuando se exhiba, abierto
a todas las tendencias, contrasta, opina; pero sobre todo, aléjate del arte ultramoderno, ese
impresionismo que todo lo emborrona.
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