Seguía atrapado allí dentro del laberinto, delante de un mar de espejos curvos, cóncavos, convexos. Seres espectrales, gordos y flacos,
altos y enanos, alargaban sus garras para tocar mi ropa y mi cara. Cuando vi mi
sombra desvanecerse al exterior de la jaula, entonces descubrí que mi nombre era solo
un juego de luces, un reflejo.
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