martes, 25 de octubre de 2016

NOVILLOS

─Al otro lado de la ventana, ¿qué hay? –me pregunta con sus hambrientos ojos el niño desahuciado de la sala de quemados graves.
─Un muchacho, ¡como tú, Pedrito!, lleva una gorra con visera, se pasea con el puño metido en el bolsillo trasero del pantalón vaquero.
Sus labios apenas esbozan una sonrisa:
─¿Lo conozco?, mira bien, y no me engañes, si es del Instituto, aún no es la hora del recreo.
─Es el Anselmo, que le ha llevado el almuerzo a su padre, el ferroviario.
Desde mi cama solo se puede ver una pared deslucida y gris, pero él no lo sabe.

miércoles, 19 de octubre de 2016

TROYA

Cuando se prendieron las cortinas de la cocina del palacio del rey, tuvimos que elegir: perecer en una guerra perdida, o enfrentarnos a un nuevo destino lejos del hogar. Nos adentramos por la cueva del sótano, con teas ardientes iluminamos el túnel oculto, apartamos unas zarzas y nacimos por segunda vez una noche oscura, que nos regaló su traje de luto. Los estertores de dolor fueron nuestro alimento hasta que llegamos al otro lado del Escamandro, desde donde contemplamos el resplandor ceniciento de la ciudad. Los viejos dioses nos regalaron un relincho cruel: el fin de la edad antigua en un caballo de madera. 

lunes, 10 de octubre de 2016

EL PASEÍLLO

Poco antes de que los domingos fueran amargos, a las cinco de la tarde iniciaba la marcha con el pie acostumbrado, saludó a la grada con la cara alta, y a la presidencia con una ligera inclinación. Su traje de oro deslumbró al animal, que sin embargo embestía el trapo resoplando hasta que recibió el acero en sus entrañas.
La vuelta triunfal lo pilló con el paso desacompasado cuando se enteró por un subalterno de la noticia:
-Tu hijo…
-Qué.
-Que nació muerto.
Humilló como los toros bravos, lamió su boca el sudor ensangrentado de su mano y, por la puerta grande, sacudió la arena de sus zapatillas.

martes, 4 de octubre de 2016

FRISKIS

Y le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete. Tras los cristales ahumados de sus lentes, el pastelero ocultaba en su enorme bigote un rastro de azúcar glasé y, mientras escondía el billete de cinco en su guardapolvos, se inclinaba como un muñeco articulado sin escatimar elogios del producto: 
─Delicieux, madame. 
Los niños saltaban gritando: 
─Queremos…, probar…, sólo un poco…, mamá. 
─Dejad niños, que se tiene que enfriar. 
El gato se afilaba las uñas y entrecerraba los ojillos esperando su oportunidad.