Cuando
se prendieron las cortinas de la cocina del palacio del
rey, tuvimos que elegir: perecer en una guerra perdida, o enfrentarnos a un nuevo destino lejos del hogar. Nos adentramos por la cueva del sótano, con teas ardientes iluminamos
el túnel oculto, apartamos unas zarzas y nacimos por segunda vez una noche
oscura, que nos regaló su traje de luto. Los estertores de dolor fueron nuestro
alimento hasta que llegamos al otro lado del Escamandro, desde donde
contemplamos el resplandor ceniciento de la ciudad. Los viejos dioses nos
regalaron un relincho cruel: el fin de la edad antigua en un caballo de madera.
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