martes, 4 de octubre de 2016

FRISKIS

Y le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete. Tras los cristales ahumados de sus lentes, el pastelero ocultaba en su enorme bigote un rastro de azúcar glasé y, mientras escondía el billete de cinco en su guardapolvos, se inclinaba como un muñeco articulado sin escatimar elogios del producto: 
─Delicieux, madame. 
Los niños saltaban gritando: 
─Queremos…, probar…, sólo un poco…, mamá. 
─Dejad niños, que se tiene que enfriar. 
El gato se afilaba las uñas y entrecerraba los ojillos esperando su oportunidad.

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