lunes, 10 de octubre de 2016

EL PASEÍLLO

Poco antes de que los domingos fueran amargos, a las cinco de la tarde iniciaba la marcha con el pie acostumbrado, saludó a la grada con la cara alta, y a la presidencia con una ligera inclinación. Su traje de oro deslumbró al animal, que sin embargo embestía el trapo resoplando hasta que recibió el acero en sus entrañas.
La vuelta triunfal lo pilló con el paso desacompasado cuando se enteró por un subalterno de la noticia:
-Tu hijo…
-Qué.
-Que nació muerto.
Humilló como los toros bravos, lamió su boca el sudor ensangrentado de su mano y, por la puerta grande, sacudió la arena de sus zapatillas.

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