Cuelgan de las cuerdas de
la del quinto, se hinchan de sol, ufanas, y luego en la penumbra, al
fondo del vestidor, amarraditas con su pelo aún rizado, cantan a media voz los
últimos cotilleos del barrio:
–La soprano del cuarto, la Remigia, ya sabes, la
señora del presi, ha dejado su régimen -comenta la corchea al tresbolillo.
–Qué horror, si nos encaja su pata travesera.
Por la ventana abierta, una corriente resopla
aromas de trombón:
‘Do, re, do’, y en una esquina resuena el contrabajo de un Mozart constipado.
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