No
era el mar pero se le parecía, suave y fuerte, sedosa y áspera, sube y baja
al mismo tiempo, se abre y desenreda: la tela es tan real como una tormenta de
primavera.
Se balancea,
acude desde el fondo más oscuro del laberinto como una serpiente irisada silbando
una dulce melodía:
“Has caído, has
caído”, canta mientras afila las garras de sus patas delanteras.
“Has cometido un
error, minúsculo hombrecillo de la Tierra Media. Y por ese pequeño error te
comeré, serás el dulce apoyo de mi senectud”. El mediano oye
el lenguaje de la marea. Se adormece soñando la brisa de un atardecer dorado.
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