Sigo
observando mi trocito de cielo, el
que me ha tocado en suerte tiene un nombre difícil con letras romanas. Seguro
que tiene planetas habitables: gente que sonríe por las esquinas, con tres
patas para soportar mejor la gravedad, y una o dos bocas para alimentar. En lo
alto de edificios de metacrilato azul, luces de neón anuncian bebidas de pura
energía.
Esa
galaxia está tan perdida, en el mar de las constelaciones, puede que algún extraño ser olvidara darle cuerda a su corazón de hojalata.
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