Sin saber por qué, le di un puñetazo.
Me senté a su lado, mis lágrimas caían sobre su rostro, volví
a golpearle una y otra vez.
- Idiota, -le dije entre hipidos-, tenías que morirte justo
ahora, cuando mi última ficha estaba a punto de llegar al cielo rojo.
El cubilete azul rodó por el tapete, cayó de la mesa y siguió
rodando hasta que la mano gordezuela del bebé lo agarró y lo llevó a su boca.
- ¿Papá?
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