lunes, 16 de mayo de 2016

EL FIN DEL MUNDO

Desde el otro lado del planeta se propagó la sombra. Cada día avanzaba un centenar de leguas. Las estrellas caían por el horizonte como hojas secas al tiempo que los edificios como flanes temblorosos se agrietaban y se deshacían, dejando al descubierto su armazón de metal como una garra inerme que va trazando en el aire una plegaria hambrienta.
Hace ya setenta días que la humanidad enloquece y se dispersa por los cauces secos y los páramos baldíos. La onda que precede al colapso se acerca inexorable. Sabemos que es el final porque los teletipos han dejado de teclear su cantinela y enmudece la radio.

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