El bate, <<¡Eso, bate!>>, se le resbalaba de las manos pringosas.
-¡Cariño!
Balanceaba su cabeza Sir Dickens como un derviche desbocado.
-¿Quién dejó la crema de cacahuete al lado de los polvos de la magnesia?
La cabeza de la madam asoma apenas los ojillos entre rodajas de pepino y pastel de calabacín.
-¡Ay, Charles!, ¡Otra vez desmochando mis geranios y mis petunias!, y deja en paz al pobre jardinero, que llevamos tres en una semana.
Desaparece el rostro de la gorgona, y dentro suena una voz de soprano:
-La donna é mobile cual piuma al vento.
-¿Pluma?, ¡Mientras no llegue el nuevo cargamento de avestruces, mis días de escritor han terminado!
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