El mensaje era claro, conciso, breve y letal:
-No insistas, decía.
Mi vida había girado 180 grados desde que la conocí. ¿Olvidarla?
Nunca.
-Es caprichosa, decían mis amigos intentando que no entrara
en el almacén.
-Es voluble, veleidosa, casi como una diosa.
-Hay cientos, miles como ella, repetían.
Estaba en su estantería, sutil, perfecta. Abrí delicadamente
la cajita. Tenía los ojillos cerrados, la boquita provocadora. Me incliné, le
susurré al oído:
-He venido.
Noté el pinchazo doble en el cuello. Sus dientes
ensangrentados ya no me producían ningún temor.
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