Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar sobre este
arroyo que fluye como la vida. Veré por última vez a los niños en la ribera
lanzar sus flechas de madera a las gacelas de piel de terciopelo y ojos
grandes, acaramelados. El cielo azul, lo es por ser espejo, reflejará recodos,
remansos y cascadas antes de llegar al gran estanque. Este será el final de mi
viaje, peregrino famoso en cien ardides. Junto al ocaso, engastado en collares
de madreperlas y azabaches, el humo disipará la niebla de mis ojos.